Cuando era más pequeño, mi cicatriz me hacía sentir raro. Algunos niños me miraban y se reían, y yo pensaba que eso era lo único que veían de mí. Con el tiempo entendí que esa marca no era un defecto, sino la prueba de que soy fuerte, de que he superado operaciones y momentos difíciles junto a mi familia.
Hoy, cuando sonrío y la veo, recuerdo que no necesito ser perfecto para ser feliz. Cada persona tiene algo que la hace distinta, y esa diferencia puede ser también su mayor fortaleza.
Y ahora quiero invitarte a ti: ¿qué historia cuenta tu cicatriz, tu diferencia o tu reto? Escríbela, mándanosla, y juntos podremos compartirla para que otras personas también encuentren valor en sus marcas de vida.



